Subí sus cuestas de piedras, bajé sus calles de asfalto.
Paseé por la Alameda y en su pinar hice un alto…
En Sigüenza me encontré, después de un invierno largo,
con las sombras de mi ayer, con mi infancia de la mano.
Las procesiones coparon la actividad de estos días.
La Catedral, San Vicente y la gran Santa María.
Los pasos procesionales, nuestro sentir Seguntino.
Los “armaos” bajo las andas cargando Virgen y Cristo.
Los capuchones, las cruces, los estandartes, las velas,
la tradición religiosa que deja en Sigüenza huella.
De las iglesias y actos, todos a una, hermanados,
compartiendo sentimientos de tradición, milenarios.
Si París vale una misa, Sigüenza misa y rosario,
y sermón largo, y novena, y penitencia a diario.
Sigüenza es toda liturgia. Por la mañana paseo
entre pinares o montes para ordenar mis adentros.
A medio día un abrazo, dos besos y un “¡te recuerdo…!”
¡Tantos amigos de antaño entre cerveza y refrescos…!
Y desde aquí, si se tercia, comida, café, y ser “mano”
en la partida de mus. ¡Órdago…! ¡A ver si ganamos…!
Allí han quedado sus piedras, las calles negras de asfalto.
Y el polvo de la Alameda que hoy añoran mis zapatos.
El pinar no lo he olvidado, todo su olor me he traído,
y su color verde intenso guardado en mi cristalino.
Los amigos, los abrazos y los besos recibidos
me los traigo en las maletas, en el alma van conmigo.
Sigüenza, otro sueño más en mis vivencias vivido,
y su recuerdo guardado en mi corazón Seguntino…