Una tras otra las nubes
desfilan hacia el ocaso.
La tarde vence de sueños
y se retira al descanso.
Los verdes pasan a ocres:
Rojo, amarillo, dorados.
La noche guarda silencio
al saltar por los tejados.
Incluso el río en el puente,
donde su voz es más brava,
parece que de puntillas
cruzan calladas sus aguas.
Los sentidos se agudizan.
Oigo unos perros ladrando.
Y las copas de los chopos
saludan desde el barranco.
Desde lo alto del monte
veo los campos soñando.
Ya dejaron sus labores,
se tapan de oscuro manto.
Mi pasear se hace lento.
Me gusta el olor a leña
que la niebla de ese humo
va perfumando en la tierra.
Ya veo brillar las piedras,
al final de mi sendero,
que la farola calientan
como si fuera un brasero.
El aire silba a mi lado.
La calle quedó vacía,
y la sombra de la tapia
ahora es extensa y fría.
Ya no distingo las nubes,
ya los colores se fueron,
y el frío de un nuevo otoño
se apoderó de mis huesos.
La luna quiere asomar,
desde el otero me mira,
acompañada de estrellas
llenan la noche de vida.
Todo cubierto de noche,
todo callado y sereno,
todo un día dice adiós
para dar paso a los sueños.
Todo esto es un disfrutar,
los sentidos reverberan
plenos de satisfacción
inundando las aceras.
Mañana puede que el sol
acompañe tus paseos
y que la noche, al llegar,
traiga tus más dulces sueños…