Él se sienta en la puerta,
mirando a la calle.
En la silla trenzada,
sobre su cojín.
Ella sube la cuesta
que va hasta la plaza.
Por la calle empedrada
de oscuro adoquín.
Y comienza a surgir,
esa magia que les va envolviendo…
Y la piel a sentir,
nuevamente, ese roce que les hace volar…
Y aunque se van buscando
en todos sus sueños,
no intercambian palabra,
ni siquiera un mirar.
Es como si un extraño
se encontrase con otro.
No hay ni un gesto en su cuerpo
que pueda delatar.
Y él la quiere abrazar.
Pero sabe que no, que no debe…
Y ella quiere llorar.
Porque sabe que el beso no se lo puede dar…
Hay amores que viajan
durante una vida.
Incluso su perfume
se puede oler después.
Porque nunca pudieron
mirarse de frente
y decirse a los ojos:
“yo, te quiero también…”
Imposible el Amor.
Cada uno era dueño de un nido distinto…
Es tan grande el dolor
cuando hay un sentimiento que no vive un soñar…
Por eso en esa calle
que sube a la plaza,
en la puerta cerrada
que se sentaba él.
Cuando pasas ahora
sigue oliendo a romance,
y hay un eco de verso
que se escucha muy bien.
No le pudo decir
todo lo que sentía al cruzarse en la cuesta…
“Si mañana, tal vez,
me pudiera acercar y decirle mi sueño cual es…”
Y la noche llegó.
Y la luna apagó con su hielo la hoguera.
Sin poder terminar, nuevamente,
otra historia de Amor…