De poco en poco envejezco.
Se me apoderan los años.
Me atan con nudos marinos
hasta que incluso hacen daño.
Me hacen crecer esas grietas
en los ojos, y no canto
ni en la tarde ni en mañana,
aunque se llamen “de gallo”.
Tampoco dejan los años
dormir como antes solía,
cerrando a pares los ojos
y amaneciendo otro día.
Ahora la noche es eterna
durmiendo a salto de mata.
Te duermes y te despiertas
cada poco. ¡Da una rabia…!
Y para colmo la vista,
que no ves tres en un burro.
Aunque para ser sincero
ni al pollino yo lo intuyo.
¡Y qué decir de los nombres…!
¡Que llamo Pedro a Julito
y a María llamo Marta,
y ni acierto con mis hijos…!
Mi padre siempre decía,
teniendo ya ochenta y pico,
“Vengan los años que vengan,
que peor es no cumplirlos…”
No le faltaba razón,
pero siempre esto depende
de si te acuerdas o no
de quién eres, y te entienden.
Por no hablar de los dolores
que te acompañan diario.
Que parece uno la pena
que en vida se va arrastrando.
Que si te cogen los pies
y te sacuden un rato,
pareces una farmacia
de tanta pastilla y frasco.
Y de oír, yo no me quejo,
oigo lo mismo que un gato.
Pero no, no de escayola,
no seáis tan mal pensados.
Porque hay gente que aunque le hables,
parece que está enfadado.
Ni responde ni se inmuta,
y es porque no oye ni al tato.
¡Pero lo que más me insulta
de ir cumpliendo más años,
es el tener que aprender
informática a diario!
¡Que cada día nos ponen
más difícil los teclados
y aprender tecnología,
que a mí me tiene abrumado!
…De poco en poco envejezco.
Tres cuartos de hora he cumplido
desde que empecé a explicaros
cómo entre años me arruino.
Pero tranquilas, tranquilos,
que la pila aún nos funciona,
y pienso dar tanta guerra
como la vida disponga.
…Y ahora que hablamos de pila,
mi audífono he de mirar.
Pues llevo un rato ya grande
sin escuchar pasar nadie
y eso es mucha soledad…