Lloraba tanto la tarde
la puesta de sol tan temprana
que sus lágrimas rodaban por la calle
convirtiendo baldosines en ceniza.
Era la escarcha que trae la noche,
era la brisa delgada y fría,
era ese día que muere
sin haber visto su risa.
Y el sol se agarraba entre las nubes,
sobre los picos de las montañas,
queriendo así abrazarse a aquella tarde
tratando de mecerla entre sus rayos.
Es el destino,
es el rodar de la vida,
el invierno que no deja ver al sol
a pesar de que la tarde se lo pida.
Se marchó el sol,
y la tarde no vio que era noche,
y que a falta de su luz
las estrellas serían su camino.
La luna en un tejado se sentó
a prestarle el corazón
a aquella tarde que entre lágrimas
de escarcha fría suspiraba.
No llores tanto el adiós,
le dijo la clara luna,
del sol que vuelve mañana
a acompañarte de día.
Disfruta su corazón
mientras la luz sea sol
que cuando seas de noche
el cielo estrellado y yo
te haremos fiel compañía.