Eran las tres

 

Eran seguro las tres,
las tres de la madrugada.
Las tres mirando de frente
con la barbilla bien alta.

Tres brazos tocando cielo.
Tres manos de grandes palmas
queriendo coger estrellas
para entregar al que pasa.

Si el árbol que las custodia
hiciera que de sus ramas
la madera fuera asiento,
ellas serían sus patas.

Siempre esperando las tres,
las tres de la madrugada,
a jugar las cuatro esquinas
si quieres acompañarlas.

No doblan sus convicciones
los vientos que por las noches
empujan en la placita
a estos tres bravos cañones.

Siempre firmes, en alerta.
Refleja su piedra bronce
las marcas de las batallas
que produjeron los hombres.

Estas tres cabezas grises
que ya van peinando canas
no temen que pasen años,
temen si son ignoradas.

Por eso todas las noches
a las tres de la mañana,
a las tres de cruz tan alta
puedes oír cuando pasas.

Hablan de pájaros libres,
de hombres que van sin rumbo
y a sus pies paran y lloran
rezando por sus difuntos.

Hablan de la soledad,
aunque están acompañadas,
de las tres cuando es de noche
y nadie para a escucharlas.

Si pasas sin hacer ruido
puedes oír que te llaman.
Si pasas verás las tres.

Las tres cruces que presiden
la placita de Sigüenza
a las tres de la mañana…

© 2017  J.I. Salmerón

Lloran y lloran los vidrios

Sotano

 

Lloran y lloran los vidrios
de las ventanas del alma,
porque el calor que guardaban
por las rendijas se escapa,

entre suspiros helados,
sobre huellas de pisadas
que la nieve va dejando
olvidadas tras mi espalda.

Ruedan y ruedan recuerdos,
de la mente se me escapan,
de la memoria que un día
llenaba de tus miradas,

porque hoy mis ojos se olvidan
de las cálidas mañanas
que perseguía tu sombra,
que tras tus pasos marchaba.

Sueñan y sueñan mis noches
con enamorar al alba,
con abrazarse a su luz,
con besar su boca blanca.

De los paseos en tardes
apenas me queda nada,
no encuentro aquellas caricias
que en mis bolsillos guardaba.

…Y así se enfría mi alma,
y mi recuerdo se apaga,
con la humedad del rocío
llorando en esas ventanas…

© 2015  J. I. Salmerón