Quiso un río ser espejo
para que el sol se mirara
y que sus rayos dorados
le calentaran el alma.
De las estrellas fugaces
quiso ser la fresca nana
y que de noche la luna
durmiera en sus aguas mansas.
Quiso ser cama de pétalos
de esas margaritas blancas
que una muchacha morena
la otra tarde deshojaba.
Y pozo de los deseos
que convertidos en lágrimas
de los ojos de la niña
se caían a sus aguas.
A las hojas de los sueños
que navegaban en tinta
de un escritor de poemas,
el río quiso dar casa.
Quiso rimar ese verso
que a sus aguas le cayó
porque el autor no rimó
la frase: “Amor, yo te quiero…”
Al silencio de la noche
quiso el río poner música
con los acordes de lluvia
a través de sus cascadas.
Ser el refugio de besos
que las parejas se daban
en esas noches de luna
cuando miraban sus aguas.
Quiso el río, tanto quiso,
que se olvidó por momentos
que era la vena que al mar
le llevaba su alimento.
Casi le cuesta su vida,
su cauce casi fue seco,
por olvidar la labor
que en este mundo le dieron.
Y siempre estaba dispuesto…
Siempre ponía su magia…
El río siempre esperaba
mirando desde su lecho
ser de la vida su savia…