Solo esperaba.
No había prisa ninguna,
dejaba pasar el tiempo
como las hojas pasaban
desde la rama hasta el suelo
por delante de sus besos.
Y su mirada perdida.
Seguro que fue olvidada
en el fondo del bolsillo
del pantalón de su alma,
o en el que tiene botón
del interior de su abrigo.
En el cajón de las letras
doradas llenas de estrellas
nocturnas, las palabras
labradas de noche
a la luz de la luna
ya no existían.
Y el camino al que antes
llegaba arriando la vela mayor
sobre barca de sueños,
entre aguas de arena
y guijarros pintados de voz
zozobró de su vida.
No lloraba el recuerdo.
No llegaba la paz interior
a tocar con su mano el verdor
de la suave caricia
que llovía en las tardes
del otoño de marzo.
Y seguía esperando.
No encontraba en la noche
la mirada perdida,
ni en el día abrazaba
a esa luna viajera
que de noche besó…
Eran estos recuerdos
los que el sueño dejó
cuando al día despierto.
¡Es tan rara esa vida
de versión interior
cuando yo estoy durmiendo…!