Las zapatillas

Juan I. Salmerón

Siguiendo en la calle a unas zapatillas,
dos pares de ellas, para ser exactos,
vi que sobre el hueco donde van los pies
les sobresalían dos señores altos.

Uno era más bajo, ahora lo recuerdo.
El otro pudiera que un poco más ancho.
Que no hay ser humano que en su condición
a otro ser humano se parezca exacto.

Seguía los pasos de esas alpargatas
viendo lo graciosas que van dando saltos.
Unas eran blancas, de blancos cordones,
y de rojo y negro las otras de al lado.

Iban animadas, charlando de asuntos
como qué cordones son los adecuados;
si suela de goma o caucho acerado;
si el dibujo curvo o en rombo marcado.

Era tan ligero y alegre su andar,
con ese ritmillo de baile de sábado,
que nadie diría que van hombres dentro
si no es porque llevan sus pies bien atados.

¡Yo que no soporto el peso de más,
que ni tan siquiera el remordimiento
que dicen que pesa una barbaridad
puedo permitirme tener mucho tiempo…!

En esto que oigo cómo mis zapatos
entre ellos hablaban con aire enojado
sobre lo deprisa que las zapatillas
la última acera habían tomado.

Que mira que locas, que se van matando.
“¡Parece mentira dónde hemos llegado…!
Esto en nuestros tiempos no lo permitían,
solo en los deportes se corría tanto…”

Estas jovencitas de paso ligero
tenían muy negros a mis dos zapatos.
Pero yo más bien creo que era la envidia
porque ellos son viejos y van más despacio.

…ahora que no oyen mis negros zapatos,
y sé que vosotros sois de confianza,
no me importaría que unas zapatillas
se metieran dentro a mis pies descalzos.

Y que a la carrera por calles y montes,
como si otra vez tuviera veinte años,
en lugar de andando me lleven volando
aunque por zapatos fuera criticado…

© 2016  J.I. Salmerón