Kodak Instamatic 25 – (1966 – 1971)

…Tendría 14 años, más o menos, cuando mi tío Macario, el hermano de mi padre, me regaló una tarde, en su casa, una magnífica Kodak Instamátic 25 usada…, sí, de esas de plástico gris y negro, con flash de cubo para cuatro disparos de la marca Sylvania y carrete de cartucho de 12 ó 24 exposiciones en formato 126…
Aún me parece estar viéndole como la sacaba de una de las puertas del mueble del salón. No era mi cumpleaños, ni era navidad, ninguna fecha señalada era, tan solo se acordó y me la regaló.
Aquel regalo cambió mi vida, hubo un antes y un después desde aquella tarde en mi visión de, por y para la fotografía…
Entré, de repente, en un mundo que, por aquel entonces, a mí me parecía mágico (aún hoy me lo parece). El poder capturar esos pequeños instantes de tiempo dentro de mis manos, me parecía algo fuera de este mundo, me parecía algo cercano a la brujería, y como tal me captó, me fascinó, me cautivó… Me sedujo de tal forma, que se podría decir que mi primera amante fue la fotografía.
…Han pasado muchos rayos de luz que poder captar con mis cámaras desde entonces, pero aún hoy, sigo sintiendo el cosquilleo que me produce el disparo, el “clik” de la cámara, cuando aprieto el disparador dejando constancia en la prolongación de mis manos, de mis sentidos, en esa caja “mágica” que sujeto delante de mis ojos, lo que a mi alrededor constata, sucede, se me muestra para que yo, de un solo “clik”, lo retenga…
Desde entonces he sido fiel a mi amante, y ella lo ha sido conmigo… con altibajos, claro, como cualquier buena relación que se precie, pero regalándome momentos inolvidables que han pasado a ser parte de los sentimientos más bonitos que en mi historia he vivido. A partir de ese momento la fotografía ha sido parte de mi vida, siendo hilo conductor de mis emociones, siendo la forma de expresión, callada, que ha reemplazado a mis palabras, que debido a mi timidez nunca he sido capaz de conseguir que salieran de dentro.
Como agradecimiento a esta relación, decidí que debía mostrar al mundo lo bonito, lo intenso, lo pasional que puede llegar a ser esta afición por la fotografía, por lo que sin necesitar más motivo para ello, comencé a juntar y guardar todas las cámaras de fotos que por mis manos iban cayendo, sin otra intención más que guardarlas para que otras personas pudieran, en un futuro, sentir lo mismo que yo había sentido.
Tan solo, al principio, las guardaba, pero llegó un momento que eran tantas las que tenía que me planteé pasar de “guardador de cámaras de fotos” a “coleccionista de cámaras de fotos”, sin más pretensión que la de hacer pasar a la historia a todas estas veteranas captadoras de rayos de luz, a todas estas recolectoras de instantes de tiempo… Ahora las tengo todas, (todas no, que ya tampoco me caben) en un mueble vitrina construido al uso, para que puedan lucirse como se merecen después de esa ajetreada vida que muchas de ellas, estoy seguro, han llevado.
Ya sé que para muchos aficionados a la fotografía que aún utilizan cámaras viejas y/o antiguas de carrete, les parecerá una aberración tener todas estas cámaras expuestas en vitrinas sin hacer uso de ellas, pues muchos piensan, con buen criterio, que la mayoría están para seguir usándolas, para que sigan dando a luz a todos esos hijos que llevan dentro en forma de foto y puedan mostrar al mundo que aún son capaces de realizar, de forma más que decente, su cometido fotográfico. Y yo estoy totalmente de acuerdo con ellos, pero a su vez les digo que si no fuera por personas como nosotros, los coleccionistas, que nos encargamos de cuidar, de mimar a estas vetustas, a estas añejas cámaras de fotos, no podrían llegar a sus manos en las condiciones óptimas para un correcto funcionamiento, y no podrían ellos disfrutar de las cámaras al igual que yo también de ellas disfruto.
Creo que cada uno tenemos un cometido en esta vida, escogido por deseo propio o llegado en alas del destino, pero todos, todos juntos, hacemos un “uno” para llegar unidos al final de nuestra meta, de esta meta: la pasión por la fotografía…
© 2014 J. I. Salmerón