La siesta

 

Las sábanas de colores,
entre amarillas y verdes.
La estructura de madera.
Y la almohada en cabecera,
el tronco que lo sostiene…

Era mi cama de ensueño
el árbol de la pradera.
Siempre abrazando ese cielo
que de azules hace techo
encima de mi cabeza.

La mejor de las orquestas
va adormeciendo mi mente,
el canto de los jilgueros,
de mirlos y petirrojos,
y el ruiseñor si anochece.

Cerca, sobre la mesilla
que era la verde explanada,
el despertador alerta
por si se alarga la siesta:
¡El río con su cascada…!

La tarde se vuelve fresca.
La sombra empapa mi alma.
El sol se cuela de pronto
dejando apenas rescoldo
detrás de esas dos montañas.

Sus ramas me lo susurran,
y acariciando me llaman
para avisarme que llegan
los aires que ya atraviesan
el valle con fría escarcha.

¡Esta tremenda pereza
que da abandonar la siesta…!
¡Abandonar a mi árbol,
la cascada con su presa,
la música de mi orquesta…!

Recojo de nuevo el sueño
y a mi mochila lo meto.
Ya se encienden los faroles
del camino que hace cuesta
hasta llegar al cemento.

Volveré otra vez mañana
a mi árbol de la pradera.
Charlaremos de los sueños
que entre sus ramas jilgueros
hacen perfecta mi siesta…

© 2017  J.I. Salmerón